miércoles

Diario de un superviviente, Día 0

Mi nombre es Julián López, llevo tres días encerrado con esas cosas ahí fuera intentando entrar. No funciona el teléfono y solo emiten algunas televisiones y radios. No sé cuánto tiempo podré mantener funcionando el blog, pero mientras aguante la conexión y esas cosas no me cojan seguiré al pie del cañón. Espero que este blog me sirva para contactar con otros supervivientes, para localizar a mi familia y para no volverme loco…

¿Quién iba a decirnos hace tres días que se acercaba el fin del mundo?

Desde luego, a mí nadie me avisó:

A las 14.00 horas me encontraba trabajando en el edificio Bilbao, en la primera planta. Los dueños, una pareja de origen alemán llamados Brigitte y Adolfo, nos habían contratado a mi padre y a mí para que arreglásemos su problema con las goteras provocadas por un vecino descuidado. Mientras mi padre recogía del coche lo necesario, desde el balcón vi como se acercaban un grupo de cuatro adolescentes muy borrachos, que caían y se levantaban con lentitud; los observaba con una mezcla de risa y añoranza de tiempos pasados cuando me fijé en que se abalanzaban sobre mi padre. Bajé corriendo las escaleras, pero ya era demasiado tarde, cuando alcancé a esos hijos de puta ya habían derribado a mi padre y estaban ensañándose con él. Aparté al primero de ellos y golpeé al segundo con la llave de fontanería que sostenía, sin darme cuenta, desde que había comenzado la escena. Ciego de ira continué aporreando al tipo hasta que su cabeza se abrió como un melón maduro… Me quedé paralizado por unos instantes, horrorizado por lo que acababa de hacer, pero en ese mismo momento supe que algo iba realmente mal.

Los dos chavales que seguían enzarzados con mi padre se levantaron, se giraron hacia mí con movimientos vacilantes y… No podían estar vivos, uno de ellos tenía un trozo del cuello arrancado a dentelladas y al otro le colgaban parte de los intestinos por un enorme desgarrón. De repente la primera de esas… ¿Cosas? Me agarró por detrás intentando morderme, conseguí sacudírmela pero caí al suelo. Las tres criaturas se abalanzaron de nuevo sobre mí y, cuando pensé que todo estaba perdido, Alfonso, que había acudido también en auxilio de mi padre, me levantó del suelo empujándome hacia su casa. Hizo bien, porque treinta o más de esas cosas se acercaban hacia nosotros atraídas por los gritos, la sangre o cualquier otro motivo que aún no alcanzo a comprender…

Subimos las escaleras seguidos de cerca por una renqueante horda de cuerpos mutilados que se aferraban inexplicablemente a la vida. Una vez en casa de Alfonso cerramos la puerta bloqueando las cerraduras. Me asomé a la terraza y comprobé horrorizado que la hasta hace unos minutos apacible mañana se había transformado en un caos, una cacofonía de gritos, frenazos y explosiones lejanas, una de las cuales me despertó. De pronto supe lo que debía que hacer, tenía que ir a por mi hijo al colegio, luego buscaría a mi mujer y la pondría a salvo a ella también.

Al principio Brigitte y Adolfo no querían que me fuese a ningún lado, pero son, o eran, buenas personas y lo entendieron… No podía quedarme en un sitio seguro, a salvo, mientras mi mujer y mi hijo estaban ahí fuera, solos y a merced de la locura que había estallado, de repente, a nuestro alrededor…

Estuve esperando unos minutos cuando me pareció que la calle estaba despejada salté por la terraza a través del hueco de la ventana, me colgué por el toldo para bajar de un pequeño salto al camino que bordeaba el edificio y corrí dejando la piscina a la izquierda. Vi a lo lejos un par de esas cosas así que, sin detenerme, recogí un trozo de tubería de hierro galvanizado. Terminé de dar la vuelta al edificio y salté la valla de alambre que me permitiría llegar hasta donde pretendía: El campo de golf

Una vez allí continué corriendo entre los hoyos y algunos clientes a los que alerté mientras continuaba mi carrera. Por fin llegué al final del trayecto: El campo de fútbol, si se le puede llamar así al erial que hay junto al colegio. Volví a saltar un par de vallas de alambre y en la última un trozo de alambre se clavó en mi mano y casi me la atraviesa. Pensé que ya la curaría y corrí hacia la entrada del colegio. Había mucho silencio, aunque en un principio no lo percibí, un silencio que no se correspondía con el lugar donde estábamos. Grité el nombre de mi hijo pero no recibí respuesta. Las clases no estaban más desordenadas de lo acostumbrado, e intenté ser positivo… Pensar que mi mujer lo habría recogido y llevado a casa, que habían evacuado a los niños a un lugar seguro… Escuché ruido en la planta de arriba, así que me apresuré a subir con la esperanza de ver a mi hijo.

Al llegar a las clases descubrí con horror quién producía los ruidos. Vi como una de esas cosas se alimentaba de una chica de la limpieza… La flacidez de su cuerpo me hizo estremecer. Esto acaba de ocurrir, tenía que salir de allí, no tenía tiempo que perder… Empecé a escuchar sirenas de policía acercándose e imaginé que pasarían por la carretera norte, así que crucé rápidamente los pasillos desierto hacia la salida principal y giré en mi camino a la derecha ,dirigiéndome hacia las sirenas a través del consultorio medico, donde una pequeña multitud se abarrotaba entre gritos de indignación y lamentos, reclamando asistencia.

No llegar a tiempo de poder parar el coche patrulla me cabreó, pero de todas formas se dirigían hacia caño guerrero y eso estaba en dirección opuesta a mi casa. Entre la masa de gente distinguí algunos rostros conocidos y me acerqué a ellos para preguntarles por mi familia. No los había visto y querían saber si yo podía contarles algo de sus seres queridos o de lo que estaba ocurriendo. Nos despedimos deseándonos suerte e intercambiando mensajes para nuestros parientes y caminé a toda prisa en dirección al centro. Al mirar hacia atrás caí en la cuenta de que todos los heridos provenían de la zona de caño guerrero y eso me tranquilizó un poco, reavivando mis esperanzas de que todo saldría bien.


No podía pensar en otra cosa, tenía que llegar a casa, sabía que la llegada al ambulatorio colapsaría la carretera norte y los sonidos de colisiones eran contínuos al llegar a la rotonda de los dólmenes y menhires… Al parecer el caos y el pánico se habían apoderado de Matalascañas.
Sabía que a la espalda del chalet de mi tía, que ahora estaría trabajando, había unos pasillos que primero pasaban por el edificio “La gaviota” para después llegar al centro. La ruta parecía despejada y llegué rápidamente a mi destino ya que sólo hice una parada para avisar apresuradamente a unos amigos que viven por la zona (no he vuelto a verlos, espero que consiguieran ponerse a salvo). En el centro los signos de violencia y destrucción eran evidentes por todas partes. En ese momento un nudo en la garganta no me dejaba respirar y, pese a todo, corrí como un poseso… Tenía que llegar a casa, ver que mi mujer y mi hijo estaban a salvo. Subí las escaleras tan rápido como pude y entré en casa gritando, llamándolos…

La casa en perfecto orden, pero vacía. Ahora sí que no sabía dónde buscar a mi mujer y mi hijo… No estaban… Creí volverme loco, tenía que buscarlos, no podía quedarme cruzado de brazos esperando, no podía permitir que les ocurriera lo mismo que a mi padre. Al dirigirme a la puerta comencé a no sentirme bien un espasmo recorrió mi espalda y vomité sin tener tiempo a otra cosa que a doblarme de dolor… Me ardía el estomago e intenté entrar en la cocina caí al suelo y me golpeé la cabeza… No recuerdo nada más.

Al despertar estaba confundido, pero el persistente dolor de cabeza, el olor de mi vómito y el ulular de una sirena me recordaron todo lo que estaba pasando. Me levanté con dificultad y fui al cuarto de baño, me hice una cura de urgencia con el botiquín. Después tomé una ducha, que me ayudó a aclarar la mente, y mientras comía un sandwich intenté infructuosamente buscar información en la televisión… Nadie emitía, así que busqué en la red y, página a página, fui recomponiendo lo que había sucedido mientras estaba inconsciente.

Lo que había ocurrido en Matalascañas no era un hecho aislado, sino una epidemia global de proporciones apocalípticas. En unas horas nuestra orgullosa civilización, que soñaba con conquistar las estrellas algún día, se había derrumbado como un castillo de naipes… Todo estaba perdido, y viendo las imágenes me sentía afortunado de seguir con vida, aunque cuando recordé a mi mujer y mi hijo no pude evitar ponerme a lorar…

1 comentario:

Anónimo dijo...

Amigo, permíteme decirte que tuviste suerte de quedar inconsciente. Los demás hemos tenido que vivir día y noche en el infierno... Me llamo Luis Toro y estoy en la recepción del Hotel Flamero y mis antiguos compañeros están al otro lado de la puerta, intentando entrar para alimentarse conmigo.
¿Puede alguien ayudarme? Apenas me queda agua ni comida y parece que hay cientos de ellos ahí fuera, esperando...